He vuelto.
He llegado con el primer Ferry. En el puerto me esperaba Tomás. Me ha llevado en coche hasta la playa del hotel, pero primero me ha dado un abrazo larguísimo y yo me he sentido de nuevo en la isla. Tomás ha puesto un cd de coplas y en la única que nos ha dado tiempo de escuchar la letra decía “por ti moriría una y mil veces más”.
—¿Dónde has estado Clara?
—Muy lejos, tan lejos que volver era un acto de fe.
—Pero estás aquí, ¿vas a reabrir el hotel después de todo lo que ocurrió?
—Sí. El pasado pasado está. Este hotel era el sueño de mi tío, Miguel Monforte, y también fue el mío. Mi mala cabeza… Lo pasé fatal con la epidemia de melancoisla, tuve que dejarlo todo de un día para otro. Cerré la puerta, huí con la moto de Brunella Cardini, la chica de la Ducatti… Vimos cuerpos en la carretera, bultos arrastrándose… No podíamos parar. El cielo estaba rojo. No sé… fue horrible. Apenas recuerdo nada más. Y vosotros… ¿estáis todos bien?
—A Amanda y a mí apenas nos afectó, somos autóctonos, la melancoisla suele calar en los que venís de fuera. Pero se fueron muchos amigos, gente a la que extrañamos, al Inglés, por ejemplo, ¿te acuerdas de él? Siento nostalgia. Son los efectos secundarios del brote. Hay mucha soledad, los turistas todavía recuerdan lo que sucedió, son pocos los que se acercan. El virus se extinguió, pero no la leyenda. Vino una periodista hace un tiempo… no recuerdo su nombre, pero jamás la había visto por aquí. Estaba muy interesada en localizarte. Sabía detalles que me asustaron. Me hice el loco.
—¿Qué tipo de detalles?
La playa sigue tan hermosa como siempre. Mis pies se hunden en la pinaza acumulada sobre el porche. Abro la puerta principal del hotel. El sol lo inunda todo. Es casi como una visión. El último día pero al revés: el primero. Siguen en el comedor las tazas del desayuno. Salimos todos corriendo, apenas pudimos coger nada. Huele a cerrado.
Voy a cambiarme de ropa. Hay mucho trabajo por hacer.