Siempre odié que me dijeran lo que tenía que hacer pero en mi familia, desde que naces, acarreas con la obligación de seguir perpetuando el apellido entre los círculos más selectos de abogados de mi ciudad natal. Cuatro generaciones nada más y nada menos hasta que les salió una oveja negra.

A los 18 mi padre me puso la maleta en la puerta y me dio a elegir entre la facultad de derecho o el mundo.  No pensó que en realidad me lo estaba poniendo muy fácil, el mundo me parecía mucho más interesante y sobre todo más libre.

He tenido tantos trabajos como lugares he visitado, simplemente cuando alguno me ata mucho, me aburre o me cuestiona, agarro aquella maleta y cambio de lugar.  Se puede decir lo mismo de mis relaciones personales, grandes amigos, grandes amores pero siempre sin ataduras, sin compromisos y sin más obligación que la de ser uno mismo y dejarse llevar por el momento.

«Aquí tienes las llaves del hotel» esas fue lo que me dijo Clara Monforte nada más verme llegar.

Apenas 2 breves charlas telefónicas y con esas palabras el trabajo ha sido mio, sin más, sin preguntas y hasta ese momento, sin tan siquiera tener una imagen de mi persona u otra referencia que la de mi palabra. Me sorprende tanta confianza, no estoy acostumbrado, no se si será cosa del carácter  isleño. Apenas he podido recorrer el lugar y por internet casi no existe información.

Me he quedado al cargo de este pequeño mostrador, una silla tras él, folletos turísticos y un viejo libro de reservas que contrasta con el moderno ordenador que está a su lado preparado para llevar el control de los clientes.  Tras de mi quedan las cajetillas de madera con los números de las habitaciones y alguna que otra llave en ellos.

Al verme en tan privado lugar, sentado en la silla y abriendo la pantalla del pc para revisar el programa informático que voy a tener que utilizar, una chica se acercó algo temerosa y exaltada.  Aun así se atrevió a preguntarme quien era y qué hacía allí.

«Soy Roger, nuevo recepcionista, ¿no avisó Clara Monforte de mi incorporación?»…

Sonrió aliviada.

«oh, si, claro, solo que, no te imaginaba así, bienvenido.»

Dicho esto desapareció, no me ha dado tiempo a preguntarle como me había imaginado. Quizás debería afeitarme, hace 4 días que no lo hago, o llevar algún tipo de uniforme o ponerme corbata…

Ahora que lo pienso, tampoco me ha dicho su nombre, ni quien es.

Otro misterio más. Apenas se nada de la isla, del hotel, de los inquilinos o del staff pero, curiosamente, tengo las llaves.

Interesante perspectiva.